El Mundo.
En 2023 viví rodeada de cámaras que esperaban ansiosamente mostrarle al mundo cómo me quebraba. Nadie se perdió detalle: el juicio de Hacienda, el divorcio mediático… era un espectáculo demasiado jugoso para dejarlo pasar. Pero lo más frustrante fue comprobar que una institución del Estado parecía más interesada en quemarme públicamente en la hoguera que en escuchar mis razones.
Pues bien, creo ha llegado el momento de darlas.
Desde el principio supe que el artificioso relato de la Agencia Tributaria confundía y manipulaba dos intenciones completamente diferentes: una era el deseo de establecerse en un país y otra, muy distinta, el deseo de que prosperara una relación que se desarrollaba en ese país.
Cambiaban lo uno por lo otro para convertirme así en residente fiscal desde 2011 y crear unas obligaciones que no existían. Ahora comprendo, porque lo viví en carne propia, que una institución creada para el servicio de los ciudadanos no debería utilizar todo su poder y recursos para criminalizar caprichosamente a quien le conviene, pero todo el mundo sabe que el romance se vende bien.
En 2011 yo deseaba que prosperara mi relación con Gerard Piqué, que en ese momento estaba atado a España por motivos laborales, pero viajar a España me generaba muchísimas complicaciones, porque me forzaba a estar lejos de mis centros de actividad laboral. Siempre que regresaba, lo hacía para que prosperara esa relación, no por «vocación de permanencia».
Una estrategia en la que además subyace un prejuicio machista. Si el cantante hubiera sido un hombre estadounidense, se hubiera enamorado de una española y la visitara regularmente, me cuesta creer que la Agencia Tributaria hubiera considerado que tenía una intención de arraigo. Hay un machismo estructural que da por descontado que una mujer solo puede seguir a un hombre, incluso cuando no le conviene. Un machismo que sobrevive en sectores de la burocracia estatal en una sociedad que -por suerte- ya piensa muy distinto.
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Algunos técnicos de la Agencia Tributaria española presentaron un relato infantil y moralista en el que yo era una cantante que evitaba cumplir con sus obligaciones fiscales y ellos los representantes de la justicia y la decencia. La realidad era muy distinta: yo cumplí siempre con mis obligaciones. Mis finanzas fueron investigadas por instituciones tan poco sospechosas como la Casa Blanca o el IRS y aprobadas por otros países de la Unión Europea, y en todo ese tiempo nunca encontraron ni la menor seña de ilegalidad, mientras que un director general de inspección de la Agencia Tributaria española se permitió criminalizarme en un programa de la televisión antes incluso de que se celebrara el juicio. ¿Acaso se puede confiar que una institución va a respetar nuestra presunción de inocencia cuando nos condena públicamente antes de la sentencia?
Pero la Agencia Tributaria no trata de castigar a quien no cumple, sino de mostrar trofeos de caza para reconstruir una credibilidad en entredicho. ¿Y cómo se consigue eso? Amedrentando a las personas, amenazando con la cárcel, poniendo en compromiso la tranquilidad de nuestros hijos y sometiéndonos a presión para quebrarnos. Se quiso hacer creer a la opinión pública que yo no pagaba mis impuestos, cuando lo cierto es que pagué mucho más de lo que debía. Cuando realmente correspondió hacerlo me declaré residente fiscal española y si se suman todas las cantidades de lo que pagué voluntariamente y las multas injustificadas, se verá que el Estado español se quedó con una suma superior a la totalidad de mis ganancias de esos años.
Parecerá incomprensible, pero para mí la década española fue una década financieramente perdida, y no porque trabajara poco, como todo el mundo sabe. Di 120 conciertos en 90 ciudades distintas. ¿Cómo puede perder dinero una persona que da 120 conciertos? Suena extraño, lo sé, pero hoy mi patrimonio consiste en lo que gané antes de llegar a España y lo que gané después de salir de ella. Todo lo que gané en esos años se lo quedó el Estado español.
Cuando en 2015 me decidí a vivir en España bajo el régimen de impatriada, la Agencia Tributaria admitió que durante los 10 años anteriores yo no había sido residente, para luego, inmediatamente después, tratar de cobrarme por aquellos años. Lo que parecía una educada manera de formalizar mi situación, se convirtió en una trampa. En el caso del 2011, la estrategia es particularmente escandalosa porque sólo pasé en España 73 días, cuando el mínimo establecido por la ley para ser residente fiscal es de 183 días. Una persona que se la pasa de gira por todo el mundo no puede tener intención de residir fiscalmente en un lugar solo porque vive allí la persona con la que en ese momento tiene una relación. Sería lo mismo que pensar que una turista que pasa por Ibiza de vacaciones tiene que convertirse en residente fiscal solo por haber tenido un romance local.
Habrá quien se pregunte por qué me molesto en hacer estas declaraciones ahora. El primer motivo son mis hijos. Nos ha tocado vivir en una época marcada por un tono de prepotencia del Estado, pero no es lo mismo avasallar que dar razones. No es lo mismo amedrentar que convencer a la gente. Si quieren que creamos en las instituciones, deberían convencernos de que las instituciones creen en nosotros. Las cosas no se solucionan quemando en la hoguera a una figura pública al año como si se tratara de un proceso de la Inquisición para así recuperar el prestigio perdido.
A mis hijos quiero dejarles el legado de una mujer que expuso sus razones con calma y en sus propios tiempos, cuando ella lo consideró necesario, no cuando la obligaron a hacerlo. Necesito que sepan que tomé las decisiones que tomé para protegerles, para estar a su lado y seguir con mi vida. No por cobardía ni por culpabilidad. Quiero que entiendan que mi amor por España y mis queridos amigos y familiares españoles aún perdura, pero no todo es igual. A veces el compromiso con la verdad es más importante que la comodidad propia. Si en ese momento tomé la decisión de pactar por mis hijos, en este tomo la de hablar, porque es la que me pide mi conciencia.
El segundo motivo es la necesidad de escribir mi propia historia. Mi querido amigo Gabriel García Márquez, a quien tanto echo de menos, tituló sus memorias Vivir para contarla. La literatura era tan importante para él, que pensaba que vivía para poder contar. Pues bien, de una manera parecida yo «la cuento para vivir», para poder recuperar mi vida, para que nadie escriba mi relato por mí. Igual que con mis canciones, canto para volver a vivir tranquila, para pasar página.
A veces con una canción se consiguen muchos premios y celebridad, pero esas no son necesariamente las canciones más amadas. Las más amadas son las que nos ayudan a construirnos, a las que secretamente recurrimos cuando queremos recordarnos quiénes somos, y también las que empleamos para hacérselo saber a los demás. Pues bien, en este pequeño artículo hay más verdad sobre mí que en todo lo que se publicó en 2023. Puede que a los funcionarios de la Agencia Tributaria que me juzgaron no les haga mucha gracia leerlo pero, francamente, me importa muy poco. No lo escribí para ellos.
Su vía crucis judicial entre 2018 y 2024:
un acuerdo y otra causa archivada
En enero de 2018, la Agencia Tributaria denunció a Shakira por un delito fiscal al considerar que entre 2012 y 2014 la cantante colombiana residía en España y, por tanto, debía tributar aquí por la mayor parte de sus ingresos generados en todo el mundo. Hacienda alegó que en esos cuatro años debió haber tributado el IRPF, lo que se tradujo en la acusación de fraude por 14,5 millones de euros. En 2023, la artista decidió admitir ante el juez el delito y aceptó el pago de una multa de más de siete millones de euros. En mayo de este año, una jueza archivaba otro caso contra Shakira por defraudar 6,6 millones de euros a Hacienda en 2018. La segunda investigación a la cantante en España, abierta en julio de 2023, se cerró debido a la falta de pruebas. Además, tiene otra causa pendiente de sentencia de 2011.